domingo, 25 de mayo de 2025

DEBATE SIMULADO POR IA ENTRE STEVEN HAYES Y BERNARD GUERIN SOBRE LA MEJOR MANERA DE ENTENDER LA CONDUCTA Y MEJORAR EL SUFRIMIENTO HUMANO (Ruiz Sánchez, 2025)

 




A continuación, presento un debate imaginado entre Steven C. Hayes (autor de Sal de tu mente, entra en tu vida y creador de la Terapia de Aceptación y Compromiso, ACT) y Bernard Guerin (autor de Reimagining Therapy through Social Contextual Analyses) sobre la mejor manera de entender el comportamiento humano y aliviar el sufrimiento psicológico. Este intercambio es directo entre ambos, sin moderador y sin necesidad de llegar a un acuerdo, reflejando fielmente las posturas que ambos sostienen en sus respectivas obras.


Steven Hayes:
Bernard, desde ACT entendemos que mucho del sufrimiento humano proviene del modo en que nuestra mente verbal intenta controlar la experiencia interna. El lenguaje, esa herramienta tan poderosa, nos lleva a evitar lo que sentimos y pensamos, lo que paradójicamente intensifica el sufrimiento. Nosotros proponemos un enfoque centrado en la aceptación, la defusión y el compromiso con los valores personales para cambiar la relación que tenemos con nuestras experiencias internas

Bernard Guerin:
Steven, lo que planteas tiene valor, pero sigues asumiendo que el problema está dentro del individuo. El sufrimiento humano no se origina en pensamientos que deben observarse con distancia, sino en situaciones sociales restrictivas y opresivas. Las conductas llamadas “trastornos mentales” son respuestas adaptativas a contextos de vida limitantes. Lo que necesitamos no es cambiar la forma en que las personas piensan sobre su dolor, sino cambiar las condiciones sociales que lo generan

Hayes:
Pero el sufrimiento existe incluso en contextos sociales favorables. No es necesario tener un trauma social para experimentar ansiedad o desesperación. El dolor humano es universal y en gran parte inevitable. Lo que proponemos no es resignación, sino una manera activa de comprometerse con una vida significativa, incluso en presencia de ese dolor

Guerin:
El dolor no surge en el vacío. Incluso tu ejemplo de la lucha interna tiene un contexto social: ¿por qué la persona se ve obligada a luchar consigo misma? Porque su contexto le ha enseñado que ciertos pensamientos o emociones no son aceptables. La psicología, como disciplina, ha fracasado en su intento de explicar el comportamiento humano porque ha intentado localizar las causas “dentro” del individuo en lugar de estudiar los sistemas de opresión, desigualdad, exclusión y normas culturales que configuran la conducta

Hayes:
No niego que los contextos importen. De hecho, ACT nace dentro del análisis de conducta y la teoría contextual del lenguaje (RFT). Pero no puedes simplemente cambiar la sociedad para aliviar el sufrimiento individual, especialmente cuando muchas personas no tienen control sobre esos cambios. ACT empodera a las personas para actuar en función de lo que realmente importa, incluso cuando las circunstancias no cambian

Guerin:
Y sin embargo, muchas personas fracasan en esa empresa porque la terapia ignora su situación vital: precariedad laboral, racismo, violencia estructural, aislamiento. Tú puedes enseñarles a aceptar, pero si su entorno sigue siendo hostil, lo que haces es adaptarlos a una situación inaceptable. Yo propongo una “terapia sin terapeuta único”, una red de apoyo social que actúe sobre los contextos reales de vida

Hayes:
Tu propuesta es valiosa, pero también es idealista. No siempre es posible cambiar el entorno de una persona. A veces, lo único que queda por hacer es cambiar la forma en que uno se relaciona con sus pensamientos, emociones y valores, y desde ahí actuar.

Guerin:
Idealista sería pensar que podemos arreglar el sufrimiento ignorando su raíz social. Las “técnicas” de terapia pueden producir alivio, sí, pero sin una transformación del entorno, ese alivio es superficial y transitorio. Si queremos una psicología verdaderamente humana, debemos abandonar la ilusión de que el sufrimiento es un fenómeno interno a gestionar con ejercicios de lenguaje.


Steven Hayes:
Bernard, el lenguaje no es solo una herramienta para describir el mundo, sino un sistema de relaciones arbitrarias que transforman funciones psicológicas. Eso es lo que propone la Teoría del Marco Relacional (RFT): que aprendemos a relacionar estímulos de forma arbitraria, y esto crea una red compleja de significados que puede generar dolor. No es el contenido de los pensamientos lo que duele, sino cómo nos relacionamos con ellos, porque tienen funciones adquiridas a través de relaciones relacionales derivadas

Bernard Guerin:
Y ahí es donde yo discrepo profundamente. Lo que ustedes llaman “funciones relacionales arbitrarias” en realidad son estrategias verbales moldeadas por la audiencia social. No hay “función transformada” que pueda entenderse sin el contexto social en que se usa el lenguaje. El lenguaje no se aprende en el vacío ni mediante combinaciones internas, sino en la interacción con otros, regulada por reforzadores sociales, castigos, silencios, exclusiones. Es decir, es conducta verbal pública que solo tiene sentido dentro de una comunidad discursiva

Hayes:
La RFT no niega el contexto. De hecho, se desarrolla desde la tradición conductual. Pero lo que tú llamas “la audiencia” no explica, por ejemplo, por qué una persona puede sufrir con un pensamiento aun cuando nadie lo escucha. Las relaciones derivadas permiten que una palabra o pensamiento active funciones dolorosas sin que el estímulo original esté presente. No necesitas la audiencia presente para que el dolor ocurra. Eso requiere una teoría funcional del lenguaje más allá del ambiente físico inmediato

Guerin:
Steven, eso ocurre porque la persona ha sido entrenada socialmente para autoformularse discursos en ausencia de otros. El “pensamiento privado” es simplemente lenguaje internalizado, conducta moldeada por el castigo social. Cuando una persona se autocritica mentalmente, no lo hace por una propiedad relacional abstracta, sino porque fue castigada previamente al expresarse abiertamente. La mente no es un teatro de símbolos, es una caja de resonancia de relaciones sociales vividas

Hayes:
Pero si reduces el lenguaje a lo social visible, te pierdes la capacidad de explicar fenómenos complejos como la metáfora, la generalización simbólica o el dolor transformado por eventos verbales. La RFT permite predecir y modificar cómo las personas responden a sus propios pensamientos —no solo por lo que otros hicieron con ellos, sino por la estructura relacional misma de su red verbal. ¿Por qué “fracaso” genera ansiedad incluso cuando no hay público? Porque ya está enlazado a funciones aversivas que se disparan automáticamente.

Guerin:
Esa “estructura relacional” es una metáfora peligrosa si la despegas de la historia de reforzamiento. Las palabras como “fracaso” no tienen poder por sí solas: tienen poder porque la sociedad castiga, margina y humilla al “fracasado”. El pensamiento duele porque la persona sabe cómo será tratado si los demás escucharan lo que piensa. No es un sistema simbólico universal: es un aprendizaje cultural, específico, material. Sin contexto, no hay función. No hay “mente”, hay historia.

Hayes:
Comprendo tu postura, y en parte la comparto. Pero la ventaja de RFT es que nos permite intervenir con precisión en cómo una persona se relaciona con sus pensamientos aquí y ahora, independientemente de si los otros están presentes. Y desde esa perspectiva, podemos aliviar sufrimiento sin esperar a cambiar toda la estructura social. ¿Es lo ideal? No. ¿Pero es práctico y empíricamente útil? Sí.

Guerin:
El peligro de esa “precisión” es que legitima el sufrimiento estructural como inevitable. Cambiar cómo alguien se relaciona con la palabra “pobre” no altera el hecho de que no pueda pagar la renta. Y lo que es peor, lo hace a veces más tolerable. Lo que yo propongo es una terapia que no embellezca la prisión interna, sino que ayude a reconstruir las paredes sociales que la sostienen. Eso incluye, por supuesto, el lenguaje, pero no como red interna, sino como reflejo vivo de relaciones de poder, exclusión y pertenencia.

Steven Hayes:
Bernard, en ACT hablamos mucho sobre valores elegidos libremente. Son direcciones de vida que la persona considera importantes y que le dan sentido, más allá del control de eventos externos. Lo que buscamos en terapia es que la persona identifique esos valores y los use como brújula, como guía para comprometerse con acciones que la acerquen a una vida significativa, aunque haya dolor en el camino

Bernard Guerin:
Y ahí veo un riesgo serio: ¿quién define lo que es “libremente elegido”? Lo que tú llamas “valores personales” son, en gran medida, productos internalizados de normas sociales dominantes. Elegir ser una “persona productiva” o “independiente” muchas veces refleja el adoctrinamiento capitalista, no una elección libre. En lugar de ayudar a la persona a adaptarse a valores hegemónicos, ¿por qué no ayudamos a cuestionarlos y cambiar las estructuras que los imponen?

Hayes:
Claro que hay influencias sociales. Pero precisamente por eso insistimos en distinguir entre valores y metas impuestas. Los valores en ACT no son cosas que “debes lograr”, sino maneras de estar en el mundo que conectan con lo que te importa en lo profundo. La persona explora si esos valores realmente resuenan con ella, incluso si desafían a su cultura, familia o entorno. ACT no busca conformismo, sino autenticidad.

Guerin:
Steven, ¿y si esa “autenticidad” no existe en términos individuales? Lo que tú llamas “conectar con lo profundo” es una narrativa construida desde el individualismo liberal. En muchas culturas —y en muchas situaciones sociales marginalizadas— la identidad no es individual, sino relacional. Los valores surgen del grupo, del lugar en el que vives, y del lenguaje que te es permitido usar. Si no consideras eso, estarás llevando a las personas a una trampa ética: la de culparse por no “encontrar sus valores” mientras el sistema les impide vivirlos

Hayes:
No me opongo a que el terapeuta considere el contexto cultural o social. Pero debemos trabajar con lo que está disponible en el presente. Si alguien se siente atrapado por sus circunstancias, no podemos esperar a cambiar el sistema para que empiece a actuar con propósito. Podemos ayudarle a encontrar pequeñas maneras de vivir con dignidad, aunque el entorno sea injusto. Eso también es resistencia.

Guerin:
Resistir no es aceptar pequeñas concesiones. Es cuestionar los marcos. El problema no es que las personas no actúen con propósito, sino que el propósito que se les permite tener ya está predefinido por las estructuras de poder. Si tú enseñas a una mujer que su valor es “ser fuerte” en una situación de violencia doméstica, sin cambiar las condiciones que la oprimen, refuerzas su sumisión. La ética no es enseñar aceptación, sino organizar comunidad y acción colectiva.

Hayes:
Pero incluso en esos casos, aceptar que uno está sufriendo, y comprometerse con lo que importa, puede abrir caminos de acción más eficaces que la lucha interna o la autoanulación. ACT no niega la necesidad de cambiar estructuras, pero se enfoca en cómo la persona puede actuar de forma flexible y significativa hoy mismo, con lo que tiene. No es resignación; es poder en lo inmediato.

Guerin:
Y ese “poder” sigue siendo individual. El sufrimiento humano no se resolverá con estrategias psicológicas que ignoran las desigualdades estructurales. La terapia del futuro, si quiere ser ética, tiene que dejar de ser un espacio privado de regulación emocional y convertirse en un espacio público de articulación política, donde lo terapéutico sea ayudar a transformar contextos, no solo tolerarlos mejor.

Bernard Guerin:
Steven, tu enfoque, aunque compasivo, reproduce la figura del terapeuta como técnico del cambio individual. La idea de que una persona debe “aceptar su malestar” y “actuar según sus valores” termina trasladando la responsabilidad del sufrimiento a la persona misma. ¿Qué pasa si no mejora? ¿Si sigue deprimida, ansiosa, sintiéndose fracasada? En muchos casos, ACT corre el riesgo de decir: “No estás comprometido lo suficiente”, “No aceptas del todo”. Eso, en términos claros, es culpabilización terapéutica

Steven Hayes:
Eso sería un mal uso del modelo. En ACT dejamos muy claro que el terapeuta no es juez del progreso de la persona. Lo que hacemos es acompañarla para que tenga más flexibilidad en su conducta, más opciones. Y nunca culpamos al paciente por estar atascado; de hecho, partimos de la idea de que el sufrimiento es normal, no patológico. Nuestro rol no es forzar, sino ofrecer nuevas formas de relacionarse con la experiencia. Lo contrario a la culpabilización.

Guerin:
Pero el encuadre ya está ahí. Si el terapeuta no considera las condiciones estructurales del paciente —por ejemplo, si vive en pobreza, si es migrante, si fue racializado o violentado—, entonces el mensaje implícito sigue siendo: “Tú debes cambiar cómo te relacionas con eso”. No es explícitamente culpa, pero sí es una forma de decirle: “El problema está en tu respuesta, no en tu mundo”. ¿Y quién es el experto que decide eso? Tú, el terapeuta. Entonces, el poder simbólico sigue en tus manos.

Hayes:
Yo también desconfío del poder unilateral del terapeuta. Por eso en ACT el proceso es colaborativo. El terapeuta no tiene “la verdad” sobre el paciente. Pero si esperamos a que cambien las estructuras, dejamos a las personas atrapadas. Acompañar no es culpar. Acompañar es decir: “Aunque todo esto esté sucediendo, aún puedes elegir moverte hacia lo que importa”. Eso es empoderamiento. Negar esa posibilidad por no tocar lo estructural es otra forma de abandono.

Guerin:
No se trata de esperar al cambio social, sino de integrarlo al proceso terapéutico. El terapeuta no debe ser solo un espejo para que el paciente vea su interior. Debe ser una figura relacional que conecte a la persona con recursos, con comunidad, con acción colectiva. La terapia, si quiere dejar de ser elitista y adaptativa, debe ir más allá del consultorio. Debe convertirse en un espacio donde se cuestionen no solo los pensamientos, sino también las condiciones que los producen.

Hayes:
Y eso es valioso, sin duda. Pero hay personas que no tienen comunidad disponible, ni acceso a acción colectiva inmediata. ¿Qué hacemos con ellas? ¿Las dejamos sin herramientas hasta que llegue la revolución? No. Les ofrecemos lo que podemos hoy: una forma de dejar de pelearse consigo mismas, de tomar una dirección vital, aunque sea en medio de la tormenta. El terapeuta es un facilitador de acción significativa, incluso en la adversidad.

Guerin:
Lo que te señalo es que esa “acción significativa” no puede definirse sin un marco ético-político claro. Si ayudas a una persona a adaptarse mejor a una situación injusta sin nombrarla, sin contextualizarla, estás reforzando su sumisión, aunque sea con la mejor intención. El terapeuta, en este siglo, ya no puede ser un ingeniero del yo. Tiene que ser un agente crítico, alguien que actúe no solo sobre el individuo, sino junto con el individuo, para transformar su mundo.

Hayes:
Estoy de acuerdo en que el cambio social es importante, y que el terapeuta debe ser sensible a las dinámicas de opresión. Pero cuidado con hacer de la terapia una arena ideológica en lugar de experiencial. ACT no ofrece respuestas cerradas, sino procesos. No dirigimos vidas; acompañamos vidas. Y en ese acompañamiento, creemos que hay espacio tanto para la transformación interior como para la acción en el mundo.

Steven C. Hayes:
Bernard, reconozco la importancia de lo que traes: vivimos en un mundo marcado por injusticias estructurales que moldean el sufrimiento. Pero frente a ese dolor, la persona también necesita herramientas internas para no quedar paralizada. ACT no es resignación, es libertad: la libertad de decir “sí” a lo que importa, incluso mientras lo injusto continúa. Cambiar nuestras relaciones con los pensamientos, abrirnos al malestar y actuar con propósito no niega la necesidad de transformación social. Simplemente no la condiciona. Acompañamos a las personas a vivir, aquí y ahora, con dignidad, sentido y acción.

Bernard Guerin:
Steven, mi preocupación es que tu enfoque, sin quererlo, puede legitimar el sufrimiento estructural como inevitable y desplazar el foco de lo social hacia lo personal. Las personas no solo sufren por cómo piensan: sufren porque viven en contextos excluyentes, burocráticos, coloniales y desiguales. Reimaginar la terapia implica poner el acento en lo que rodea a las personas, no en lo que llevan dentro. La salud mental no es un asunto del yo individual, sino del mundo compartido. Mi propuesta es que el terapeuta deje de ser un gestor del cambio interno y se convierta en un aliado en la transformación contextual, relacional y comunitaria.

Hayes:
Tal vez nuestras trayectorias difieren porque nos hacemos preguntas distintas. Tú preguntas: ¿Por qué sufren las personas? Yo pregunto: ¿Cómo pueden vivir mejor, a pesar del sufrimiento? Y quizás ambas preguntas son necesarias.

Guerin:
Estoy de acuerdo: sin ambas preguntas, cualquier práctica se queda incompleta. Lo importante es no olvidar que una vida con sentido no se construye solo desde adentro, ni una sociedad justa se construye solo desde la introspección.


Reflexión final:
Este intercambio entre Hayes y Guerin nos recuerda que abordar el sufrimiento humano requiere una mirada que combine lo subjetivo con lo estructural, lo experiencial con lo social. Mientras uno propone abrir espacio a la aceptación y la acción valiosa desde el interior de la experiencia, el otro exige una transformación activa del entorno que produce ese sufrimiento. No se trata de elegir entre ambas miradas, sino de entender que la complejidad del malestar humano exige respuestas a múltiples niveles. La verdadera ética terapéutica podría surgir, quizás, de la colaboración entre estos mundos.

NOTA PROPIA: LA IA TRATA SIEMPRE DE MODERAR DIFERENTES PERSPECTIVAS, LO QUE NO SIEMPRE SUCEDE EN LA REALIDAD COTIDIANA ***


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