Una cosa es lo que nos cuentan en los libros y otra la realidad. Esto que describo a continuación raramente lo vas a encontrar en un libro sobre intervenciones en psicosis, u otros problemas psicológicos para el caso.
La mayoría de las intervenciones en psicosis se realizan en el ámbito de la sanidad pública y no en la sanidad o instituciones privadas. Esto se debe a múltiples variables psicosociales siendo la más frecuente que las experiencias psicóticas vayan asociadas a la llamada “deriva social” con niveles de mayor pobreza, deterioro funcional y marginación en las personas con estas experiencias, a pesar de que muchas de estas experiencias que se suelen asociar a la identificación de las psicosis desde el modelo biomédico dominante (para el caso la actividad delirante y alucinatoria) no sean exclusivas de las personas con estas experiencias ni tampoco algo exageradamente infrecuente incluso entre la población llamada “normal”.
El hecho
es que para el modelo biomédico el componente biológico determina esa deriva
sin que aporte evidencias para sustentarla más allá de las numerosas hipótesis
bioquímicas y la falta consistente y reiterada de los prometidos biomarcadores.
Una alternativa a la anterior narrativa es justamente verlo a la inversa; las malas condiciones de la vida, asociada a múltiples adversidades en la vida de estas personas (incluidas numerosas experiencias traumáticas tempranas) parecen preceder al deterioro funcional relacionado con esa deriva.
Para ello hay que investigar el pasado biográfico de estas personas y tomarse en serio el relato de lo que cuentan de sus experiencias vividas y no verlo como una mera distorsión o fantasía delusiva asociada a su “enfermedad”.
Pues bien parece
desde este discurso alternativo (y basado en la investigación) que el mismo
deterioro en el neurodesarrollo funcional de algunas de estas personas está
relacionado con estas experiencias adversas en sus vidas; hablando no de “enfermedad
mental” sino de “personas con experiencias psicóticas”, que no es lo mismo ni
de lejos; dado que desde el discurso de la
enfermedad el posicionamiento del clínico es jerárquico y en gran parte
autoritario (hasta el internamiento involuntario no solo siempre por la
peligrosidad sino también por no atenerse a su discurso de conciencia de
enfermedad); mientras que desde el discurso de las personas con experiencias psicóticas (compartido tanto por
los modelos contextuales como por la postpsiquiatría) la relación del clínico
con estas personas es más horizontal y encaminada a que sea participe de sus
proyectos vitales sin imposiciones forzadas.
Ahora bien como veníamos diciendo, al ser las intervenciones
mayoritariamente desde los servicios públicos de la salud mental los clínicos
se van a encontrar con que las reglas de actuación institucionales van a ir
ligadas principalmente al discurso biomédico, los psicofármacos, las
intervenciones de ingresos breves en unidades de psiquiatría en las “descompensaciones”
y el “tratamiento de por vida con psicofármacos” a menudo en forma de cocteles
de más medicamentos que los recomendados por los expertos en psicofarmacología,
a menudo con la alianza de las terapias cognitivas conductuales de segunda
generación a modo de complemento de las intervenciones psiquiátricas dirigidas
a ayudar a la “conciencia de enfermedad” y el “manejo de estresores y
entrenamiento en habilidades que descompensan la enfermedad”, contribuyendo
directa o indirectamente a reforzar el modelo dominante sobre las experiencias
psicóticas.
Pero como la sanidad pública no son centros privados al
estilo de instituciones monocromo de tipo cognitivo, sistémico, psicodinámico,
contextual, etc…donde todos los clínicos siguen una misma posición conceptual y
teórica (como aparece en muchos textos Dios sabe de qué institución privada o
de cual pública que logró unificar criterios comunes de manera milagrosa); sino un crisol de profesionales de diverso
pelaje y formación teórica (dependiendo en parte del dominio histórico
geográfico de la formación universitaria de distintas perspectivas), nos
solemos encontrar en un servicio con una variedad de discursos y perspectivas
diversas, aún más entre los psicólogos, y a pesar de la “imposición” del
lenguaje DSM/CIE como alternativa al babel de sistemas y referencias. Salvo que
haya una presión institucional hacia el modelo medico (lo que se intenta a
menudo directa o indirectamente por ejemplo dotando de más recursos para el
gasto de psicofármacos), la diversidad está servida.
Imaginemos por un momento que una persona con estas
experiencias es atendida en un servicio público de salud mental, que suele ser
lo habitual.
Si el servicio de referencia está conformado de psiquiatras y
psicólogos que siguen el modelo biomédico (ya sea en su formato psiquiátrico o
CBT) no habrá mayores problemas en lo que se le transmite al “paciente”, salvo
su invalidación como sujeto de derechos y el forzamiento a someterse a estos
discursos jerárquicos.
De otro lado con la mayor incorporación de psicólogos formados en otras perspectivas distintas al modelo médico (ya sean sistémicos, contextuales o psicodinámicos por poner estos casos) o bien psiquiatras con formación postpsiquiátrica se va a generar un conflicto de intereses en esos servicios y luchas de poder que como grupo humano va a afectar también a las personas atendidas en esos servicios.
Así podemos encontrarnos que en un mismo
servicio se le plantee a un “paciente” que tome psicofármacos para tratar su
enfermedad mental de base bioquímica, someta sus delirios a pruebas empíricas o
deje de luchar con ellos mientras se le refuerza en clarificar y comprometerse
con actividades valiosas para este; o en alianzas provisionales entre
psicólogos de diferentes perspectivas frente a los psiquiatras, de psiquiatras
vs postpsiquiatras, de psicólogos pro modelo biomédico vs modelo no biomédico,
etc.
Imaginar a los “pacientes” y sus familiares en este contexto de diversidad y la cantidad de discursos y propuestas diferentes que pueden recibir a lo largo del tiempo, discursos y propuestas que pueden llegar a ser contradictorias.
Las propias instituciones pueden ofrecer mensajes contradictorios y "esquizofrénicos" productos de ideologías y perspectivas diferentes en pugna por la hegemonia, reflejo a su vez de conflictos e intereses sociales de base. La psicología (y la psiquiatría) por mucho revestimiento de ciencia que se hagan no es ajena a esta lucha ideológica social.
La mala noticia es que la psicología (y la propia psiquiatría
con su conjunto de saberes) y las tecnologías terapéuticas derivadas de estas no conforman una ciencia
unificada sino muchas propuestas de ciencias diferentes, con la dificultad de
decantarse por ser una ciencia natural o más bien social (el autor de estas líneas se decanta más por la segunda posición)
La buena noticia es que hay alternativas a los discursos
hegemónicos y cerrados que imponen su versión de la “verdad” y acallan las voces
de quienes viven estas experiencias, dándole la oportunidad de validarse como
personas y decidir sobre sus propios destinos en la vida. Entre estos discursos alternativos están las intervenciones contextuales y las postpsiquiátricas.
Esto habitualmente no lo encontrarás en los libros, pero sin
duda es una realidad, salvo que te muevas en la narrativa del discurso
dominante sobre la locura de manufactura cerebrocentrista, donde para ti ya
estaba todo claro desde el principio, aunque sea a costa de acallar la voz de
tus clientes/pacientes, salvo que te den el visto bueno a la “conciencia de
enfermedad”.
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