LA AGENDA DE CONTROL DEL PACIENTE/ CLIENTE EN LA SALUD
MENTAL PÚBLICA. REFLEXIONES PERSONALES
(Juan José Ruiz Sánchez. 7-7-2020)
La
Agenda de control de un cliente que solicita ayuda consiste en todos los
repertorios y clases de conductas del paciente tanto públicas y visibles como
privadas, que a pesar de su variedad en las formas (topografía) comparten una
única función o finalidad: eliminar o controlar su propio malestar.
Suele estar orientada por reglas socioverbales aprendidas que generan un contexto de control-evitación y reforzadas tanto por el entorno social como por los mismos procedimientos tradicionales de intervención centrados en el control y eliminación de los síntomas. Las demandas de los pacientes suelen igualmente ir dirigidas al control o eliminación de estos síntomas.
Suele estar orientada por reglas socioverbales aprendidas que generan un contexto de control-evitación y reforzadas tanto por el entorno social como por los mismos procedimientos tradicionales de intervención centrados en el control y eliminación de los síntomas. Las demandas de los pacientes suelen igualmente ir dirigidas al control o eliminación de estos síntomas.
El
Análisis Funcional de esta agenda de control suele mostrar una secuencia
habitual de Malestar emocional-físico-cognitivo/Sintomático (A)-----Intentos
infructuosos de control y evitación donde suelen participar a menudo las
prescripciones farmacológicas y las técnicas psicológicas centradas en el
control de los contenidos verbales-emocionales (B) ----Resultados de alivio
temporal y pasajero a corto plazo (Reforzamiento negativo) y a la larga vuelta
a empezar el ciclo de malestar y lucha por la evitación control con el efecto
acumulado de pérdida de llevar una vida más valiosa y significativa ( C).
Una
de las intervenciones habituales iniciales de la Terapia de Aceptación y
Compromiso (ACT) en las fases iniciales es usar en la conversación con el
paciente/cliente la estrategia de la “Desesperanza Creativa” que busca
interrumpir el ciclos de demandas al
clínico y a si mismo tendentes a repetir el bucle inefectivo a la larga de sus
intentos de lucha contra el síntoma y caer además en la cuenta de como le aleja
de una vida más valiosa, usando para ello preguntas funcionales (“¿Qué ha hecho para no sentir esto hasta
ahora? Déme todos los detalles que pueda de lo que hace para ello. ¿Y a la
larga que pasa, se elimina por completo eso que no desea sentir? ¿Y mientras
invierte esfuerzo, dinero, etc; en todo esto como va su vida?¿Va en la
dirección que desea y le importa?”)
A
menudo en los servicios públicos de
salud mental donde la plantilla de terapeutas no están conformada solo por
terapeutas contextuales (si es que los hay), sino por una variedad de terapeutas que trabajan desde
otras perspectivas, incluidas los que tratan de reducir el malestar con
psicofármacos o con intervenciones psicológica dirigida a contenidos verbales
inferidos (creencias, conflictos inconscientes, emociones no expresadas o
evitadas, etc) o de control sintomático; creando um contexto de diferencias,
donde el paciente puede recurrir si nuestra respuesta no responde a su agenda
de control.; algo que sucede con cierta frecuencia; por lo que tendremos que
esperar que noten en sus propias “carnes” el efecto del bucle; si es que
vuelven a nuestra consulta.
El problema al conceptualizar el concepto de agenda de control es aplicarlo erróneamente solo al malestar sintomático, ya que puede estar relacionado con aspectos de la vida del demandante de ayuda más allá de su queja inicial.
El problema al conceptualizar el concepto de agenda de control es aplicarlo erróneamente solo al malestar sintomático, ya que puede estar relacionado con aspectos de la vida del demandante de ayuda más allá de su queja inicial.
Pero
también hay que ser conscientes que al menos en el contexto sanitario público
(y también en las vidas de muchas de estas personas) las agendas de control también pueden tener
funciones adicionales, no solo las referidas a la “evitación experiencial” por reforzamiento
negativo, sino que sus propias conductas problemas pueden estar también al
servicio de lo que en la psiquiatría clásica se llamaba “beneficios secundarios
del síntoma” que conllevan respuestas del entorno de otras personas, sean
familiares, clínicos, etc.; que pueden
reforzar estas agendas por ejemplo mediante diagnósticos que impliquen merma de
responsabilidades, incapacidades y delegación de responsabilidades en terceros;
incluso dinámicas familiares específicas (que suelen estar más presentes en
otros enfoques como los sistémicos-estratégicos) o ser sencillamente “las
mejores soluciones para situaciones adversas” como enfermedades crónicas, paro
laboral de larga data, etc.; aspectos que también debe cubrir el análisis
funcional de la conducta y que apuntan a agendas personales-relacionales con
múltiples funciones no tan lineales como a veces se suelen presentar en muchos
casos clínicos.
Por
ello no hay que suponer que el análisis funcional de la conducta está dirigido
solo por la evitación sino por la inmersión de la persona en su contexto y
condiciones de vida, donde su conducta suele tener múltiples funciones por
contingencias de reforzamiento positivas y negativas. Por lo tanto la evitación
experiencial no solo conlleva evitar o tratar de controlar un malestar concreto
y puntual, sino que puede ir conectada al propio funcionamiento global de la
persona (y así es en muchos casos), a todo su estilo de vida, relacionados con
los llamados trastornos del yo o de personalidad.
También
en la psicopatología clásica de corte psicodinámico se habla de trastorno del
carácter o formas de ser, orientadas
hacia el predominio de unos mecanismos de defensas que en términos conductuales
podemos traducir como grandes clases de conductas (repertorios organizados de
la conducta personales en términos de A. Staats), con funciones de evitación
experiencial (con contingencias de reforzamiento positivos y negativos) donde
la rigidez psicológica abarca casi todo el ser personal de cada cual y que
desde la ACT o la FAP necesitan de intervenciones más largas y elaboradas y que ponen en jaque a todos los terapeutas, aún
los más curtidos.
La
DBT de Linehan va en esta línea pero está por comprobar que sea efectiva en
otros problemas del yo además del TLP; igual que la FAP o la ACT en estos
casos.
No
todas las agendas personales de la llamada evitación experiencial compromente
al mismo rango de conductas y contextos de la vida.
También
es cierto que el Análisis Funcional (AFC) que haga el clínico de la agenda de
control y recursos de cada cliente, no
solo va a estar orientada por un procedimiento meramente técnico “ABC” y
conocimientos de los procesos de aprendizaje, sino también por la complejidad
que su propia experiencia introduzca en este, y por supuesto por los tiempos y
condiciones de trabajo que tenga concretos para poder realizarlo.
No
es igual que un análisis funcional a una
agenda de control de un cliente lo haga un clínico u otro, por muy objetiva que desee ser el procedimiento;
ni que las preguntas que intercambie con el paciente sean las mismas, salvo que
se limite a un esquema prediseñado; ni tampoco es igual que mantenga una
posición del conductismo radical de primera o tercera generación. El terapeuta
nunca es un observador ajeno a su propia historia y contexto.
Si
es cierto que independientemente de los contenidos que se intercambien en esa
relación siempre operan contingencias de refuerzo y castigo, pero también es
cierto que esas contingencias operan en unas condiciones de trabajo
institucionales concretas que como contexto les da un valor reforzante y
discriminativo concreto.
Por
supuesto que lo anterior no invalida la gran importancia del AFC para cualquier
terapeuta conductual contextual, solo que lo sitúa en coordenadas mas realistas
que solo un simple análisis ABC de estímulos
y contingencias proximales e inmediatas como con frecuencia se suele presentar,
que siendo útiles, se pueden quedar cortas en otros casos.
Dicho
en román paladino, no todas las personas que nos solicitan ayuda lo hacen para eliminar o controlar un malestar; muchas
otras funciones pueden estar comprometidas en esa demanda, que precisamente un
AFC más amplio podría abarcar y donde la
propia relación con estas personas, como apunta acertadamente la FAP (Kohlenberg
y Tsai) nos puede dar pistas; así como un conocimiento experiencial y
conceptual de la institución donde trabajamos, sus reglas y sus procederes;así como de las necesidades socioeconómicas de la zona donde trabajamos y sus condiciones de vida; lo
que redunda en respuestas a las demandas que nos hacen muy diversas, a veces
totalmente distintas a las que proporcionan las terapias contextuales al uso.
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