Estamos viendo por televisión, cuando salimos a comprar o trabajar, personas que atiborran los carros de compra y dejan las estanterías de los supermercados vacías de algunos productos, gente que sale a pasear e incluso a hacer deporte a pesar de las restricciones, políticos que acuden a sesiones de ministros aun estando en cuarentena, otros que celebraron grandes actos públicos aun siendo avisados de la peligrosidad previa, etc.
Popularmente tenemos una explicación para todos
estos actos, la “irresponsabilidad”. Y
ciertamente no es una mala explicación de estas conductas.
Para algunos psicólogos la responsabilidad es una
clase de conducta con una función común, el “autocontrol”. Aquí autocontrol se refiere a hacerse cargo,
a tomar contacto con las consecuencias de determinadas conductas, las consecuencias
de hacer o no hacer ciertas cosas y
tomar decisiones al respecto.
Pero para que una persona adquiera esa habilidad
de autocontrol antes ha debido de experimentar las consecuencias directas, “en
sus propias carnes”, en su experiencia con la gente y el mundo de los efectos de sus
comportamientos personales.
Además ha debido de tener experiencias con la
transmisión de reglas verbales directas o indirectas sobre lo que es adecuado,
valioso y correcto, es decir con ciertos aspectos considerados socialmente
valiosos por otros que consideramos referentes, y que inicialmente nos han instruido
en ellos en la familia, el colegio, la parroquia, las leyes gubernamentales,
etc.
Cuando esos aspectos son experimentados personalmente
como una opción libre (es decir que se nos deja la posibilidad de contra-controlar
a quienes nos controlan) suelen dar lugar a los valores personales, y cuando no
existe esa posibilidad de contra-control son vividos como coacciones u
obligaciones a las que no podemos escapar.
En cierto modo los valores son una forma de hacer autocontrol mantenidos por reforzadores anticipados (aspectos apetecibles o con sentido aunque conlleven aspectos desagradables) verbalmente a largo plazo.
En cierto modo los valores son una forma de hacer autocontrol mantenidos por reforzadores anticipados (aspectos apetecibles o con sentido aunque conlleven aspectos desagradables) verbalmente a largo plazo.
O sea que estas instancias de control social
antes han tenido que ejercer poder sobre nuestras propias conductas personales
para que después nosotros, una vez adquiridos estos repertorios, lo
podamos hacer por nosotros mismos en forma de autocontrol.
El problema surge cuando no hay correspondencia
entre la conducta personal y sus consecuencias, sobre todo sociales. Es decir
se atiborran carros, se sale a pasear o correr, se celebran actos o reuniones
públicas con consecuencias gratificantes para sus actores al menos a
corto/medio plazo, sin que existan consecuencias aversivas por parte de las
autoridades, o cuando las propias autoridades se desacreditan con ejemplos
contrarios a los que predican, dando ejemplos de graves inconsecuencias sin que
pase nada (a ellos).
Ciertamente apelar a la responsabilidad en
tiempos de crisis no es mal argumento, si ya existen esos repertorios, pero son
insuficientes si no existen y en esos casos, al menos en situaciones de riesgo,
como la actual, hay que tomar medidas de control más severas y restrictivas por quienes tienen capacidad de poder hacerlo,
aunque con ello se pierda temporalmente la libertad del contra-control, y
siempre que esas medidas tengan consecuencias beneficiosas para la mayoría de
la población y se respeten los derechos humanos.
Hacer esto para las agencias gubernamentales
ciertamente no es un tarea fácil ni lineal, dado que si se prioriza por ejemplo
la reclusión en casa sobre el trabajo remunerado a cuenta ajena, y si se
mantiene en el tiempo, puede tener a la larga, y sin duda los va a tener en
esta situación, graves consecuencias para las vidas de las personas en la etapa
“post-coronavirus”. Muchos autónomos y trabajadores para empresas privadas habrán
perdido grandes cantidades de ingresos, sus vidas serán más pobres y con menos
recursos; y todos nos veremos afectados con múltiples restricciones vitales
y económicas, que sin duda van a afectar a nuestra salud física y emocional.
Si queremos sacar todo esto adelante no nos va a
quedar más remedio que seguir ejerciendo nuestra responsabilidad, junto a la
solidaridad y a empujes ocasionales de medidas ambientales de control y
contra-control de agencias públicas y privadas; al menos si queremos mantener
un estilo de vida “democrático” donde la responsabilidad sea central.
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