viernes, 7 de febrero de 2020

¿QUÉ SON LOS PROCESOS EN LAS TERAPIAS CONTEXTUALES CONDUCTISTAS?. Y POR QUÉ NO ME GUSTA ESE TÉRMINO (Ruiz, 2020)





Estudié psicología en la Universidad de Granada a principios de los años 80 (1979-1984). Entonces la línea dominante  a nivel universitario allí era la cognitiva (Pío Tudela), y el conductismo en un grupo reducido (Luciano y Gil-Roales). Fui influenciado por ambas perspectivas, por lo que derivé inicialmente en lo cognitivo-conductual.

Entonces proceso era equivalente a “procesamiento de la información”, a como la cognición pasaba y se elaboraba en almacenes mentales de memoria y era organizada en redes, esquemas  o estructuras cognitivas. Todo ello desde constructos que eran comprobados mediante metodología hipotético-deductiva haciendo predicciones. Sin duda una psicología interesante para elaborar inteligencias artificiales y programas de computación que simulaban funciones humanas, a la vez que se nutrían de esas ciencias informáticas.

Lo que no veía por ningún lado, ni aún hoy, era su aplicación a problemas humanos concretos, salvo los de simulación (que tienen como no, su interés) y aún menos a la clínica.

En la clínica, lo cognitivo-conductual intentaba nutrirse igualmente de los conceptos cognitivos, más los estructurales (esquemas, creencias, estructuras, etc.) como metáforas mentalistas y de los principios de aprendizaje (respondiente y operante), pero en este caso para explicar cómo el sujeto obtenía información para confirmar o desconfirmar sus sesgos cognitivos y las llamadas creencias personales. 

En esta clínica  cognitiva-conductual si la palabra proceso aparecía era para referirse a procesos automáticos (de la información) y a procesos controlados deliberados del razonamiento y la comprobación empírica. A veces se entendía que las respuestas automáticas tenían equivalencias con el condicionamiento respondiente y las operantes con el procesamiento controlado, al menos a nivel del pensamiento, pero solo como información en el circuito cognitivo mental de las creencias centrales, periféricas, los pensamientos automáticos, etc.


Como sabemos los conductistas, nuestra perspectiva es bien distinta de todas estas metáforas mentalistas. El sujeto es un todo que interacciona con el ambiente a lo largo de su vida; y es en esas interacciones donde se da su vida y sus problemas, que básicamente son relaciones funcionales de tipo operante.

Dicho en lenguaje más simple aún, la vida de las persona es un todo (que incluye su actividad privada-pública al unísono) en relación al mundo físico y  socio-verbal en el que viven, que es donde acontecen sus esperanzas, sus temores y angustias, a menudo en  medio de muchas relaciones con otros y no en mundos mentales de procesamiento de la información, que no son sino metáforas encubridoras de lo anterior que vienen a decir que los problemas humanos son averías internas de la mente o el cerebro.

Por supuesto que existen factores y  problemas neurológicos y orgánicos, genéticos y biológicos que afectan a la conducta humana; pero la inmensa mayoría de los llamados problemas psicológicos, como dice  Bernard Guerin y aún Marino Pérez, son problemas de la vida de las personas en sus contextos relacionales que aparecen catalogados y clasificados como enfermedades mentales.

El hecho es que posiblemente por contingencias de economía de mercado y prestigio social (o sea dinerito tocante y boyante y reconocimiento social) y no solo por una supuesta comunidad científica que avanza hacia un encuentro de posturas psicológicas a integrar; aparece una integración de diversos procesos (véase Hayes y Hoffman, 2018) en una colección de procesos neurológicos, sociales, cognitivos y conductuales que están de plena moda y que pretenden revolucionar la psicología en una especie de pastiche de teoría y filosofías aun contrapuestas, pero bien avenidas en función del marketing y la venta del producto final.

Ahora se entiende que procesos son los de aprendizaje conductual (respondiente y operante); los neurofisiológicos, los sociales, los de esquematización cognitiva y hasta los evolutivos.

Hay una alternativa poderosa, que no solo es pasar por el aro de la RFT (Teoría del Marco Relacional), que es volver a entender que es mejor hablar de relaciones funcionales, mayormente operantes, ya que estas incluyen al sujeto en movimiento continuo en la trayectoria de su vida, como diría Adler desde su psicología, y donde le acontecen eventos involuntarios (respondientes) amen de las consecuencias de sus acciones, siempre en contextos mayormente interpersonales o sociales.

Desde esta perspectiva operante amplia, recuperar aún con más vigor la obra de Skinner, y las aportaciones socioconductistas actuales pueden dar un empuje considerable para entender las relaciones funcionales de las personas, los grupos, las instituciones sociales, etc.; y no ese pastiche de procesos.

Y esto sin rechazar los aportes de la RFT y otras perspectivas conductuales como las interconductistas o las del conductismo social de Staast; y hacer la integración desde lo conductual en  sentido amplio, aunque lógicamente con sus tensiones y perspectivas.

Nuestra propuesta es pues volver a “lo operante de la vida” ( a varios niveles) y no a esos procesos pastiches; salvo que el proceso sea la operante como relación funcional, en cuyo caso preferimos el término relación funcional al de proceso por la red relacional que se deriva en forma “pastiche” del mismo.

Al fin y al cabo, los contextuales cuando hablamos de los 6 procesos del Hexaflex, haríamos mejor en hablar de relaciones funcionales operantes con el ambiente socio-cultural y con nuestra propia experiencia en este y que conlleva para nuestras vidas. 

Decir "proceso" acorta el gasto verbal, pero genera una red relacional un tanto confusa ya que abre la puerta al mentalismo en sus distintas versiones.



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