jueves, 8 de octubre de 2020

ANÁLISIS FUNCIONAL, ¿SIEMPRE ES IGUAL? (Ruiz, 2020)

 




ANÁLISIS FUNCIONAL, ¿SIEMPRE  ES IGUAL? (Ruiz, 2020)

 

Hacer un análisis funcional de la conducta (AFC)  implica como minino dos aspectos básicos:

 

-Definir las conductas que vamos a evaluar (por ejemplo las conductas problemáticas y/o las objetivos alternativas) desde un criterio normativo (sea personal o social). Es decir algo será un objetivo o un problema según qué criterios sociales o personales

 

-Evaluar las funciones  estimulares antecedentes y consecuentes de esas conductas, ya sean respondientes u operantes, comprobando el efecto a posteriori sobre esas conductas

 

Cuando se trata de un animal o sujeto de laboratorio que está en un ambiente experimental o institucional donde se controlan al máximo las  posibles interferencias de otras variables, estas relaciones pueden ser directamente observadas sin necesidad de elaborar hipótesis funcionales, o al menos si se elaboran son directamente comprobables.

 

En un ambiente clínico, donde la mayor parte del intercambio entre el terapeuta y el cliente es verbal también puede realizarse un AFC observando en vivo en las mismas sesiones el efecto de las verbalizaciones y acciones  del terapeuta sobre las verbalizaciones del cliente y sus acciones no verbales en consulta y los cambios que refieren ocurren fuera de esta. En este sentido ese AFC puede ser equivalente al de laboratorio, y así lo defienden autoras prominentes en este campo como Maria Xesus Froxán Parga y cols. (2020).  

 

En ese sentido se haga pongamos un AFC usando la Matrix de Kevin Polk por ejemplo, o una entrevista conductual más clásica se tratará de presentar estímulos antecedentes y consecuentes (mediante lo que el terapeuta le dice y hace a lo que hace y dice el cliente) desde lo conceptualizado previamente como conductas problemáticas/objetivos y solo variará el formato de recogida de datos.

 

Ahora bien, ¿es análoga en todos los sentidos la situación clínica a la de laboratorio?  En esto hay que decir que no.

 

Por lo pronto, no se trata de un animal en una caja de Skinner cuya conducta influye al experimentador de manera menos directa, salvo la recogida de resultados a más largo plazo (por ejemplo mediante un registro acumulativo). En la clínica la conducta del paciente/cliente influye en la conducta del terapeuta de manera más directa, de modo que este es siempre un observador participante de esa interacción y el control de las variables, aunque tenga un sistema previo de categorización preestablecido (pongamos en forma de conductas clínicamente relevantes u otro más complejo de tipo de verbalizaciones específicas) se hace mucho más complicado e indirecto.

 

Evidentemente se puede hacer un AFC, y las propuestas en curso son avances considerables respecto a las meras impresiones clínicas habituales; pero la relación terapéutica nunca es un análogo exacto de la caja de Skinner al menos en su forma de laboratorio o de institución donde la potencia de influencia del animal o persona encerrada en la caja o en el hospital sobre los experimentadores o clínicos es menor, además de estar más rigidificadas las reglas o procederes del experimento o las normas de la institución de turno.

 

Esto no quita ni muchos menos la pertinencia del AFC de la interacción terapéutica a la que debe de añadirse en muchos casos, como se hace de manera excelente por cierto en el reciente libro de Froxán y cols. (2020) el análisis de las variables institucionales y sociales. Pero como bien se afirma en este texto en condiciones naturales o clínicas los AFC trabajan siempre con hipótesis funcionales, lo que marca cierta diferencia a tener en cuenta con los análisis experimentales en laboratorios o cajas institucionales muy cerradas.

 

De otro lado, apunto además, es que aunque las  funciones antecedentes y consecuentes a comprobar en sus efectos sobre la conducta (de ello se trata tanto en la evaluación como en la intervención psicológica) son realmente el objetivo, los procedimientos y marcos de referencia desde los que se parten introducen diferencias notables.

 

Por ejemplo, volviendo a la comparativa de una entrevista conductual clásica y a la Matrix de la ACT de tercera generación; no se van a obtener exactamente las mismas respuestas ni se va  a trabajar exactamente con antecedentes y consecuencias similares (aunque en algunos aspectos sí y además se pueden complementar incluso) ya que pongamos por ejemplo, las FAP realizará AFC basados en las 5 reglas y las CCRs, la ACT en la evitación experiencial vs valores, la DBT sobre la regulación emocional, etc.; y una entrevista conductual de primera o segunda generación también variará en lo que consideran antecedentes o consecuentes relevantes, o sea el sesgo de perspectiva pondrá el acento más o menos en determinados tipos de ABC no siempre similares.

 

Queda pendiente a pesar de la gran aportación de poner de nuevo en la palestra el AFC, la unificación entre las distintas formas de hacer terapia o modificación de conducta, o como se le quiera llamar.

 

Un gran mérito de Froxan y cols. (2020), entre muchos, es poner de relieve el AFC como elemento central del trabajo del psicólogo conductual ante tanto manual y mono-terapia por doquier.

 

Bibliografía:

 

Froxán Parga, M.X. (Coord). Análisis funcional de la conducta humana. Concepto, metodología y aplicaciones. Pirámide. 2020


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