ANÁLISIS FUNCIONAL, ¿SIEMPRE ES IGUAL? (Ruiz, 2020)
Hacer
un análisis funcional de la conducta (AFC) implica como minino dos aspectos básicos:
-Definir
las conductas que vamos a evaluar (por ejemplo las conductas problemáticas y/o
las objetivos alternativas) desde un criterio normativo (sea personal o
social). Es decir algo será un objetivo o un problema según qué criterios
sociales o personales
-Evaluar
las funciones estimulares antecedentes y
consecuentes de esas conductas, ya sean respondientes u operantes, comprobando
el efecto a posteriori sobre esas conductas
Cuando
se trata de un animal o sujeto de laboratorio que está en un ambiente experimental
o institucional donde se controlan al máximo las posibles interferencias de otras variables,
estas relaciones pueden ser directamente observadas sin necesidad de elaborar
hipótesis funcionales, o al menos si se elaboran son directamente comprobables.
En
un ambiente clínico, donde la mayor parte del intercambio entre el terapeuta y
el cliente es verbal también puede realizarse un AFC observando en vivo en las
mismas sesiones el efecto de las verbalizaciones y acciones del terapeuta sobre las verbalizaciones del
cliente y sus acciones no verbales en consulta y los cambios que refieren
ocurren fuera de esta. En este sentido ese AFC puede ser equivalente al de
laboratorio, y así lo defienden autoras prominentes en este campo como Maria
Xesus Froxán Parga y cols. (2020).
En
ese sentido se haga pongamos un AFC usando la Matrix de Kevin Polk por ejemplo,
o una entrevista conductual más clásica se tratará de presentar estímulos
antecedentes y consecuentes (mediante lo que el terapeuta le dice y hace a lo
que hace y dice el cliente) desde lo conceptualizado previamente como conductas
problemáticas/objetivos y solo variará el formato de recogida de datos.
Ahora
bien, ¿es análoga en todos los sentidos la situación clínica a la de
laboratorio? En esto hay que decir que no.
Por
lo pronto, no se trata de un animal en una caja de Skinner cuya conducta
influye al experimentador de manera menos directa, salvo la recogida de
resultados a más largo plazo (por ejemplo mediante un registro acumulativo). En
la clínica la conducta del paciente/cliente influye en la conducta del terapeuta
de manera más directa, de modo que este es siempre un observador participante
de esa interacción y el control de las variables, aunque tenga un sistema
previo de categorización preestablecido (pongamos en forma de conductas clínicamente
relevantes u otro más complejo de tipo de verbalizaciones específicas) se hace
mucho más complicado e indirecto.
Evidentemente
se puede hacer un AFC, y las propuestas en curso son avances considerables
respecto a las meras impresiones clínicas habituales; pero la relación
terapéutica nunca es un análogo exacto de la caja de Skinner al menos en su
forma de laboratorio o de institución donde la potencia de influencia del
animal o persona encerrada en la caja o en el hospital sobre los
experimentadores o clínicos es menor, además de estar más rigidificadas las
reglas o procederes del experimento o las normas de la institución de turno.
Esto
no quita ni muchos menos la pertinencia del AFC de la interacción terapéutica a
la que debe de añadirse en muchos casos, como se hace de manera excelente por
cierto en el reciente libro de Froxán y cols. (2020) el análisis de las
variables institucionales y sociales. Pero como bien se afirma en este texto en
condiciones naturales o clínicas los AFC trabajan siempre con hipótesis
funcionales, lo que marca cierta diferencia a tener en cuenta con los análisis
experimentales en laboratorios o cajas institucionales muy cerradas.
De
otro lado, apunto además, es que aunque las funciones antecedentes y consecuentes a
comprobar en sus efectos sobre la conducta (de ello se trata tanto en la
evaluación como en la intervención psicológica) son realmente el objetivo, los
procedimientos y marcos de referencia desde los que se parten introducen
diferencias notables.
Por
ejemplo, volviendo a la comparativa de una entrevista conductual clásica y a la
Matrix de la ACT de tercera generación; no se van a obtener exactamente las
mismas respuestas ni se va a trabajar
exactamente con antecedentes y consecuencias similares (aunque en algunos
aspectos sí y además se pueden complementar incluso) ya que pongamos por
ejemplo, las FAP realizará AFC basados en las 5 reglas y las CCRs, la ACT en la
evitación experiencial vs valores, la DBT sobre la regulación emocional, etc.;
y una entrevista conductual de primera o segunda generación también variará en
lo que consideran antecedentes o consecuentes relevantes, o sea el sesgo de
perspectiva pondrá el acento más o menos en determinados tipos de ABC no
siempre similares.
Queda
pendiente a pesar de la gran aportación de poner de nuevo en la palestra el AFC,
la unificación entre las distintas formas de hacer terapia o modificación de
conducta, o como se le quiera llamar.
Un
gran mérito de Froxan y cols. (2020), entre muchos, es poner de relieve el AFC
como elemento central del trabajo del psicólogo conductual ante tanto manual y
mono-terapia por doquier.
Bibliografía:
Froxán Parga, M.X. (Coord). Análisis funcional de la conducta humana. Concepto,
metodología y aplicaciones. Pirámide. 2020
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